Desconozco muchas cosas. Como los aedos de la antigua Grecia, voy creando un poema en mi mente, donde las fórmulas recurrentes de mi pensar van concatenando historias y conceptos, formando un cartapacio lleno de lugares comunes que me ayudan a interpretar el mundo; así creo uno propio a partir de las ruinas que se ven entre las sombras de lo ignoto. Así es como descubrí, absorto y desnudo de convicción alguna, esta asignatura tan amplia y esquiva que es la Historia Económica de la Edad Moderna. Mis herramientas, más endebles y rudimentarias que un simple hueso, no eran más que cuatro palabras técnicas de economía, algunas horas de clase que me despertaron un poco el ingenio y las lecturas de las horas muertas (casi todas), que hicieron de mí un simio más o menos civilizado. Sin más garantías que la desesperación del investigador anunciada por el maestro, me embarqué en una odisea del conocimiento, con tripulación desconocida, pocos víveres y una brújula desimantada que anunciaba muchos tumbos bibliográficos. Y sin embargo, nunca estuve tan seguro de que quería llegar hasta el final. Fue de esta forma como, junto con mis compañeros, cuyo trabajo inestimable les agradezco ahora (nunca han fallado y su esfuerzo ha sido magnánimo), nos metimos en un tema sobre el que yo, personalmente, no tenía gran idea. Movido por esa curiosidad extraña, que tiene la misma atracción que pueda provocar mirar desde un acantilado, me adentré en los recovecos de un proceso llamado protoindustrialización, un nombre desde luego con poco gancho pero con mucho fondo.
Al principio, fue un sinvivir de búsquedas de libros cuyos títulos, largos hasta la cefalea, comprendían nombres tan dispares a priori como feudalismo, capitalismo, revolución o comercio, cuando no estaban en inglés. Al comenzar, no tenía ni siquiera una somera idea de cómo poder encontrar algo lo suficientemente concreto entre tal festival de páginas repletas de tecnicismos, con la excusa de una palabra, economía, que en mi cabeza era tan incomprensible como la Santísima Trinidad. Pero las clases fueron pasando, la revolución de los blogs resultó una nueva ventana al mundo de la expresión, el conocimiento (y me atrevo a decir que del entretenimiento), y semana a semana, el aula en lugar de ser un aparcamiento de oyentes se convirtió en algo participativo. Usando símiles económicos, nuestro capitalista de conocimiento aplicado, mercader de las notas (jeje), el profesor, nos hacía trabajar duro en una fábrica de ideas en la que se producía conocimiento. A juzgar por todos los trabajos que he podido ver, la productividad ha sido muy alta y, trabajando en serie, la mayor parte de los miembros de la clase creo que hemos proporcionado un volumen de oferta muy considerable, abasteciendo buena parte de la demanda sobre Historia Económica de la Edad Moderna, y es que cada una de nuestras investigaciones podría encajar perfectamente con las otras. Creo que, funcionando como partes especializadas de una misma clase, hemos dado un buen repaso a buena parte de los aspectos fundamentales que estaban en el índice de la asignatura. De hecho, en mi opinión, sería una gran idea que todos copiásemos y guardásemos en nuestro disco duro los trabajos de los demás.
Poco a poco, sudando tinta en ocasiones, aquellos conceptos de los títulos que parecían desligados, empezaron a formar parte de una historia coherente. A través de los apuntes tomados en clase, la bibliografía, los comentarios de los compañeros y las presentaciones, empezó a iluminarse la existencia de un proceso que tuvo lugar entre finales del siglo XV y finales del XVIII, que, lejos de mostrar una realidad estática sometida a fuerzas incólumes como la religión o el privilegio, se mostraba cambiante, revolucionaria y contrarrevolucionaria a veces, otras adelantada a su tiempo, y en todo caso, dinámica y casi contemporánea. La economía, aunque la gente no se hiciera cargo de la palabra hasta hace poco más de dos siglos, ha existido siempre en la historia del hombre, porque no es algo aplicado, es la esencia misma de la supervivencia y el progreso, es una herramienta intelectual que tenemos que aprender a utilizar. Como historiadores en formación, el punto de vista económico de la realidad, tan válido como cualquier otro, nos ha servido para ver las sutilezas de una época tan viva en la actualidad como la pudieron sentir sus contemporáneos. Como si se hubiese abierto un vórtice interdimensional en el espacio-tiempo, en pleno siglo XXI hemos discutido la visión legalista y conservadora de Nicolás de Oresme, dándonos cuenta de lo sutil de sus aseveraciones al entender la moneda como una transubstanciación del rey, algo casi divino en lo que puso su acento Ernst H. Kantorowic; o como la teoría del Precio Justo de Santo Tomás de Aquino estaba fuertemente influida por una visión cristiana e incluso aristotélica de la realidad. Hemos visto el surgir de las prácticas mercantilistas no cómo el nacimiento de una nueva escuela, sino que, empatizando con la mentalidad de aquel tiempo, nos hemos puesto de acuerdo en la existencia de unas prácticas cuyos antecedentes son innumerables y que obedecían a la lógica de la supervivencia, del orden del Estado y la sociedad moderna y de constructos mentales difíciles de ver, que nos han llevado a hilar fino descubriendo lo que es un juego de suma cero.
Hemos hablado también sobre la visión de la Historia Moderna a través de redes. Redes sociales que nacían de las relaciones de clientes, de aristocracia noble y humildes súbditos, de campesinos y comerciantes, de comerciantes y gremios, de reyes y cortesanos y de reyes y banqueros. De igual forma nacieron redes entre países, que para poder entenderlas la visión económica de la historia resulta indispensable. Y para ver la trascendencia de este fenómeno y su carácter universal, no viene mal leerse El Padrino, ambientado en las relaciones clientelares de la mafia en el siglo XX, como nos recomendó nuestro profesor en cierta ocasión. Esas redes sociales y económicas, esa confluencia de intereses tan humanos como eternos, nos pusieron sobre la pista del nacimiento del mundo global, de la periferia, del centro o de los nódulos como prefiere Yun Casalilla, que existieron y existen para dar forma a una compleja red internacional que ha moldeado el mundo y ha condicionado la historia en gran medida. La era de la globalización tiene su principio en la First Global Age que maduró a traves del comercio mediterráneo y europeo y a ráiz del descubrimiento y colonización de América. Se abrió un mundo nuevo cuyas manifestaciones económicas son innumerables, de ello da cuenta uno de los trabajos sobre el comercio con América, pero las manifestaciones intelectuales que afectaron a la economía, también han formado parte integral de nuestro constructivo totum revolutum.
Las ideas ilustradas, el fortalecimiento de la burocracia estatal y la creciente importancia intrínseca de una nación que comenzaba a escapar de disquisiciones confesionales, tomaron cuerpo en un sentido económico con la fisiocracia francesa del marqués de Mirabeau, Quesnay, Dupont y otros que empezaron a valorar la significancia de la riqueza, teniendo en cuenta elementos como la banca y el sentido cíclico de la renta, aunque desde un punto de vista rígido, caracterizado por el intervencionismo, las ideas poblacionistas y el aferramiento a la tierra como salvación del hombre. Sin embargo, desde esa perspectiva de la complejidad humana, de la mente incansable del hombre curioso, que desde el primer hueso hasta la actualidad ha sentido una atracción turbadora por lo diferente, hubo individuos que pensaron de forma distinta a sus coetáneos y sociedades que, muchas veces sin percibirlo sus individuos, actuaban de una manera diferente a lo que los cánones intelectuales y académicos de su tiempo percibían. En mi parte del trabajo de grupo, dedicada a la época anterior a la Revolución Industrial en Inglaterra, me he encontrado precisamente con que todos los procesos en teoría ya estudiados, a veces tediosos y aparentemente poco innovadores, encierran en sus múltiples interpretaciones el fenómeno lento pero inexorable del asentamiento de un capitalismo que nació de forma natural, en medio de todas las ideas intervencionistas y la filosofía entre racionalista y iusnaturalista, que parecían haber descubierto el secreto definitivo del mundo. Ningún proceso es unívoco, nada tiene una sola causa y ninguna disciplina epistemológica, incluidas la historia y la economía pueden plegarse a un modelo que no admita discusión.
Si Inglaterra puede ser un buen ejemplo, pero sufre de muchas controversias con las que me he devanado la cabeza en mi trabajo, en Holanda, que cumplidamente han cubierto los del grupo Países Bajos en una personal búsqueda del völkgeist de la pequeña gran potencia, vemos el caso de un país donde se dieron unas prácticas mercantilistas perfectamente combinadas con un laissez-faire de cara al exterior, que fue posible gracias a la economía europea más capitalista en esencia durante los siglos XVI y XVII, o al menos así me ha parecido a tenor de trabajos y explicaciones en clase. Para no despistarnos, conviene aclarar que cuando hablamos de mercantilismo (aunque ya haya dicho que no se trata de un movimiento o una escuela que defina unas características inequívocas), tenemos en mente la idea de una concepción basada en la protección de la economía interior (frenar las importaciones y potenciar la producción nacional), al tiempo que se trataba de crear monopolios en el comercio exterior, pues el mercado era entendido como un juego de suma cero, y se insistía en la acumulación de los metales preciosos como elemento de riqueza. Sobre el papel, desde que Adam Smith utilizara el término de forma crítica, los alemanes Roscher y posteriormente Hecksher pretendieron convertirlo en un protocolo económico del progreso. La historia, incluso basándonos en los documentos, nos muestra que hubo tantos mercantilismos como estados, y que aunque hubo tendencias proteccionistas comunes, la llamada era del mercantilismo vio la práctica del librecambismo y estuvo asaeteada de fenómenos propios del capitalismo actual. Incluso, en ese área mediterránea con enrevesadas redes señoriales y cortesanas, donde se daba una economía agraria fuertemente rentista y prácticas "mercantilistas" en cuanto al comercio, mis hacendosas compañeras de grupo han demostrado que a pesar de todo, en Castilla hubo prácticas capitalistas e innovadoras que no fueron tan diferentes de las ocurridas en torno al Mar del Norte, al menos en el capítulo de la protoindustria sobre el que hemos trabajado. Y para más inri, ahí están los escritos de los arbitristas, luego los proyectistas, que imploraban por la necesidad de abrir fronteras, crear industria, reducir las exportaciones o las importaciones y viceversa, así como de reformar la agricultura. Todo ello son muestras de un pensamiento económico mucho más sutil que la mayoría de modelos aplicados a la Edad Moderna durante los siglos XIX y XX.
Malynes, Misselden, Mun, Locke, Child, William Petty o Hugo Grocio, son nombres ahora conocidos para nosotros, que nos obligan a reflexionar y replantearnos el concepto de atraso o inmovilismo para la época preindustrial. Todos ellos, desde perspectivas diferentes, fueron la avanzadilla de la ciencia económica, se pararon a mirar el mundo fijándose en detalles de una forma innovadora, y en sus escritos (sin olvidar a los fisiócratas) se encuentra la inspiración de las teorías de Adam Smith, tan admirado por el mundo de la economía, y no faltan razones. No voy a extenderme sobre el pensador escocés porque ya hemos publicado dos entradas al respecto, pero al menos quiero señalar que, montado a caballo sobre los sucesos de su tiempo, tuvo la inteligencia de ponerlos juntos y, desde su visión personal (deudora de muchos otros pensadores) creó una escuela puramente económica cuyas teorías han sido en buena parte las desarrolladas en siglos posteriores de pensamiento económico, y eso que era un hombre del Antiguo Régimen. En cuanto a la importancia de la tierra y sus reformas, uno de los puntos en que Adam Smith se diferenció de los fisiócratas por considerar que la riqueza podía generarse por los medios de producción y no necesariamente del producto agrícola, su influencia en la industrialización ya prácticamente de la Edad Contemporánea debe ser matizada, igual que las reformas que sufrió a lo largo de los siglos XVII y XVIII en varias regiones europeas.
Si los enclosures británicos fueron vistos por los marxistas como el vector de la capitalización económica y el desencadenante de la sociedad de clases en Inglaterra, verdad en parte, no es menos cierto que el comercio ya se estaba desligando de los gremios, y que antes de que Jethro Tull y Charles Townshend explicaran sus métodos, la industria doméstica, los campesinos asalariados y los yeoman leaseholders y freeholders ya actuaban en búsqueda del beneficio y la gentry comenzaba a dominar la situación económica. No obstante, la capacidad de la yeomanry para dedicarse a actividades no sólo agrícolas y su independencia económica de los señores, vino en gran parte causada por nuevos métodos de cultivo que se beneficiaban del abono del ganado (up and down husbandry) y del cercamiento de las grandes propiedades u open-fields. La privatización de la propiedad campesina y los nuevos métodos de cultivo ayudaron a superar las limitaciones a la población y a la expansión de los negocios acelerando los procesos, pero hay razones a favor y en contra para considerarla la causa primigenia de un fenómeno que tuvo lugar con considerable rapidez. Lo mismo se puede decir para Holanda: sus polders fueron verdaderamente un desafío a la naturaleza y las ideas tradicionales que acabaron con las carestías, pero el capitalismo de la república neerlandesa hunde sus raíces en numerosos procesos políticos y sociales que se remontan a la Edad Media y que surgieron probablemente de las iniciativas de los comerciantes y banqueros urbanos, deseosos de enriquecerse, deseo al que ayudó bastante el asentamiento del calvinismo que vino a derribar las reticencias católicas a lo que se consideraba avaricia y usura. Además, la extensión de las reformas agrícolas fue irregular tanto en el espacio como el tiempo. Pero no debemos negar tampoco que, al menos, en el caso inglés, en los lugares donde dominaron los enclosures se dio un rápido desarrollo de las prácticas capitalistas, son procesos que se retroalimentan sin duda. En muchas ocasiones, probablemente fue el capital mercantil el que promovió los cercamientos y no al revés, pero también la masa de campesinos que trabajaron para los comerciantes debían su libertad y sus medios al nuevo régimen de propiedad. Volvemos a darnos cuenta de lo complejo de la modernidad. Francia, un país eminentemente agrario con una nobleza muy poderosa y donde existían numerosas propiedades latifundistas, gracias al colbertismo y a la renovación burocrática de un Estado intervencionista, logrará desarrollar una protoindustria importante y una producción global superior a sus competidores a pesar de la ausencia de reformas tan claras como en Inglaterra. Y si vemos Europa desde una perspectiva general, igual que podemos afirmar que el XVIII fue un siglo de crecimiento, no podemos negar que las prácticas tradicionales pervivían en buena parte del continente.
Otro punto de discusiones y controversias ha sido la crisis del siglo XVII. Vista tradicionalmente como lo más característico de su siglo (al margen del arte y las ciencias), en muchos de nuestros trabajos aparecerá como un hecho aceptado. Vale, pero en los diálogos en clase, y además he publicado una entrada sobre el tema, hemos puesto el acento en la característica desigual, interrumpida y cambiante de la misma; en la superación con pocas dificultades de la adversidad en el área circundante al Mar del Norte, y en cómo región a región, la crisis ocurrió de manera distinta (más intensa en el Mediterráneo), mientras que en algunos aspectos y en algunos lugares, el siglo XVII fue una época de progreso, de urbanización, de cambios beneficiosos y de evolución hacia el capitalismo. La protoindustria inglesa es un claro ejemplo de ello, pues fue la segunda mitad de esta centuria la que marcó el inicio de la fabricación de las new draperies y el cambio social y técnico necesario para el esplendor del siglo XVIII. Poco más puedo decir que no haya dicho ya. Como he querido expresar, a lo largo del cuatrimestre, las ganas de saber y el interés por deshacer mitos nos han llevado a temas de considerable complejidad, de los que al menos hemos sacado un útil espíritu crítico y ciertos conceptos que nos han puesto en la pista de posibles investigaciones a desarrollar en tiempos venideros. En este orden de cosas, asuntos como la corrupción, la doble contabilidad o la sisa, han salido a colación con temas tan centrales de la historia moderna como la Casa de Contratación de Indias de Sevilla, permaneciendo aún los efectos que las investigaciones de Michel Morineau provocaron al lograr contradecir el famoso estudio de Earl J. Hamilton, sobre la entrada de oro y plata en España durante el XVII. No menos sugestivas fueron las consideraciones en torno a entender la Guerra de las Comunidades como el choque entre el desarrollo de la burguesía castellana y la monarquía autoritaria, un capítulo que espera aún un análisis económico exhaustivo. Y no me quiero olvidar de los dimes y diretes sobre la situación de la mujer que, cuando saltaba la liebre, ocupaban minutos y minutos de clase, gracias al activo sector femenino al que no queda otra que agradecer su participación. Todo esto son señales inequívocas de que en general, hemos sido una clase dedicada a pensar, algo que por sí solo hace que merezca la pena estar en la universidad.
Así he disfrutado de mi viaje, saciando mi curiosidad por cosas que ni tan siquiera sabía que me interesaban. Ahora me alegro de que, guiado por mi instinto de primate, decidiera meterme en la algarabía de blogs, memorias y trabajos que ha sido una cuatrimestral con la que he leído, pensado, discutido e incluso enervado mucho más que con otras asignaturas anuales. Historia Económica de la Edad Moderna, para mí ha sido un hueso (en el sentido "kubrickiano" de la palabra), que me ha servido para sacudir a los convencionalismos erróneos de mi inteligencia primitiva en lo que a historia se refiere. Ahora sólo me queda ir a mi charca o laguna mental, en la que, con lo que he aprendido en esta asignatura, quizás haga un polder, donde plantaré las semillas del conocimiento venidero sobre buena tierra. Como dijo Machado, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar...". Con la mirada puesta en el infinito, dejaré que mis pies se guíen por la curiosidad, y emprendan la odisea, que no carrera, en la que se ha convertido la Historia, dueña de mis pasos hasta que yo pase a formar parte de ella. Desde el respeto a doña Clío, le pediré que rinda cuentas ahora que me interesa la economía, con la que he aprendido que para maximizar los benificios hay que maximizar primero el esfuerzo. Esfuerzo por mantener la curiosidad, esfuerzo por intentar abarcar varias disciplinas, ese es mi capital, ¿qué importan los beneficios mientras éste sea inagotable? Ha sido un placer compartir la experiencia con vosotros, mucha suerte, nos vemos.