domingo, 10 de febrero de 2008

APORTACIONES DEL CURSO HISTORIA ECONÓMICA EN LA EDAD MODERNA. Marina Egea

APORTACIONES DEL CURSO

HISTORIA DE LA ECONOMÍA EN LA EDAD MODERNA

Marina EGEA FERNÁNDEZ

La primera impresión a tener en cuenta es la globalidad de las redes económicas del mundo moderno: parece que es propiedad exclusiva de la Contemporaneidad, y naciente justo después del convulso siglo XIX y de las dos Guerras Mundiales, la estructura mundial como un mapa en forma de telaraña, interconectado a través de horizontes y mercados cada vez más amplios y más pequeños a las exigencias políticas y económicas de las estados que en el futuro serán potencias; exigencias ligadas a los patrones internacionales. El siglo XIX acuñó el término “Antiguo Régimen” y gracias a eso la totalidad de la compleja economía de la Edad Moderna se suele hacer “antigua” y puede que incluso (exagerando un montón) hasta “antidemocrática” en nuestra mente acostumbrada contemporánea. Naturalmente que arrastra elementos medievales (el régimen señorial, el enorme peso de la agricultura y su desequilibrio con la ganadería, la omnipresencia del pensamiento religioso, no deben olvidársenos), pero ya incorpora elementos novedosos identificables con un primer capitalismo cuyos antecedentes podemos ubicar en la Baja Edad Media. La búsqueda de beneficio, la ampliación de nuevos mercados y redes comerciales, incorporando nuevos espacios (el Descubrimiento de América fue el precedente de la globalización, la extensión del comercio a África y Asia). La First Global Age amplió el mundo conocido y gestó una economía cada vez más compleja, identificable con la curiosa unión de novedad y tradición. Este hecho la aleja de ser una ciencia todavía en los siglos modernos, pero, sin embargo, nos ha dejado el concepto griego: `ho nómos oikú, “el gobierno de la casa”, con el que seguimos identificándola a pesar de no significar lo mismo que hoy. Por eso no debemos caer en el anacronismo: empezó a desarrollar actividades innovadoras que han despuntado en la actualidad (como el precapitalismo y la protoindustrialización), pero oikós se identificaba con una realidad más ajena a nosotros, una sirviente del poder, del rey absoluto, dueño de la hacienda de su reino, el “pater familias” que controlaba la economía como los demás aspectos de su monarquía. En este sentido, conviene cambiar el “chip” que tenemos hoy hacia la Economía y entenderla en otros parámetros: su objetivo estaba ligado al estado moderno (=rey), dirigido a asentar su propia posición, un fin en el que estaban feudal e inteligentemente indefinidos lo público y lo privado, convirtiéndose en patrimonio personal del soberano el estado y, cómo no, sus impuestos y cargos públicos, que vendía o concedía como gracia cuando la hacienda (patrimonializada igualmente) carecía del suficiente caudal para seguir financiando sus empresas internacionales, además de recurrir al ya innovador y precapitalista banquero prestamista. No era oeconomía, sino deconomía, que ligaba nacimiento de nuevos mercados y de estructuras capitalistas junto a elementos teológicos (la usura) y clásicos (es una economía informal, asentada en la confianza, en el mundo clientelar), creciendo el papel de las instituciones, medios en los que se unían ambos aspectos, tradición e innovación, pues a través de ellas los recursos fluían del sector privado al público, o del particular a la red. Desde el punto de vista fiscal y económico serán muy importantes los parlamentos o Cortes, que aprobaban los servicios extraordinarios al rey, vislumbrándose todavía relaciones feudovasalláticas, pero detrás (sobre todo Holanda e Inglaterra) de la Revolución Financiera, la capacidad por parte de los estados para mejorar la financiación de la Monarquía, ligado a la deuda pública consolidada, estando el punto clave en el crédito. La deuda flotante y la deuda consolidada, dos aspectos cuyas formas empezaban a traspasar las barreras de la tradición para acceder a la innovación: con la primera a través de empréstitos a la Corona a cambio de un interés; con la segunda, con los préstamos a largo plazo, garantizados los pagos de sus intereses con el respaldo de las Cortes. Muchos autores han vinculado este nacimiento de un nuevo sistema económico de elementos medievales más estructuras novedosas de mercado con el fortalecimiento de las monarquías (nacimiento del Estado Moderno), como Wallerstein, principal ideólogo de las teorías de “Sistema Mundo”, que ofrecen una explicación global de la economía actual que arranca desde 1500. No obstante, su concepción teleológica y expansiva de centro, semiperiferia y periferia y la Historia como una sucesión de estadios hasta el progreso no debe hacernos caer en la concepción decimonónica positivista. El capitalismo no tiene por qué estar vinculado con sistemas políticos caracterizados por la representación (Parlamentos fuertes), porque también estaban los banqueros prestamistas precapitalistas, que actuaban de forma particular, además de existir diferentes tipos de crecimiento económico en cada país, dándose un crecimiento polinuclear, reticular donde no tiene por qué haber una única red, sino una intercomunicación de varios centros a la vez, lo que hace que la Historia Económica esté relacionada, a se vez, con muchos otros campos, como la Antropología.
Para mí este ha sido uno de los principales puntos de la asignatura, porque, además de ser los cimientos de la misma, sin los que no podríamos comprender no sólo la economía sino la política, la sociedad y la mentalidad modernas, te da una visión de la época enriquecedora, rompedora de muchos moldes con los que partes antes de entrar en la facultad. El feudalismo tardío y el capitalismo mercantil, el debate entre autores y corrientes sobre si hubo o no capitalismo en la Edad Moderna, unido a la diferente visión de la Historia Económica entre economistas (elementos cuantificadores) e historiadores (elementos cualitativos); su juventud (unos 200 años) desde su padre Adam Smith; su interesante interdisciplinariedad. No obstante, más que el contenido, lo que más me ha aportado es a aprender a analizar en procesos, a ver los por qués y no sólo los hechos económicos relevantes, así como a relacionar dichos procesos con los políticos y elementos sociales y mentales que he dado en otras asignaturas. Política, economía, sociedad y mentalidad resultan inseparables, pero también de otras disciplinas como la Antropología. La concepción de Schumpeter sobre su relatividad, su carácter heterónomo (detrás de una idea económica hay una ideología= historia política, social y mental), puesto que las acciones de los hombres obedecen a diferentes motivos, de modo que no debemos reducir nuestro análisis a una única lógica, debiendo combinar los casos individuales con las conclusiones colectivas, hacer una Historia interpretativa a través de los datos históricos para desentrañar los procesos. Si el anterior fue el principal punto de la asignatura, éste ha sido la principal aportación.
El principal problema de la época, en este sentido, tal vez sea la escasez de cuantificación, que implica una interpretación más delicada, de modo de no hay datos absolutos, sino sólo interpretaciones; ni los datos son un fin como pretende demostrar la Cliometría. El historiador económico debe ir más allá de la metodología, su misión es interpretar.
El siguiente punto a destacar es el hecho de distinguir a la hora de referirnos a la Economía y a la Historia Económica en general. Hablamos de “Economía en la Edad Moderna”, pero, como antes hemos dicho, su concepción era muy distinta a como la entendemos ahora. La Economía que hoy nos intercomunica globalmente nació como ciencia con Adam Smith a finales del siglo XVIII (todavía dentro, cronológicamente, de la Edad Moderna), se va consolidando a lo largo de la primera mitad del XIX, hasta llegar a su eclosión en la segunda con Marx y Engels, la concepción económica del Positivismo y sus diversas variantes en las potencias nacientes del siglo XIX (como la consideración de escuela económica al Mercantilismo en la Alemania de 1870), la Historia Comercial de Ranke y un largo etcétera que sentó las bases de compartimentación del saber que hoy nos caracteriza, no así en la Edad Moderna. 1929 como la quiebra generalizada del pensamiento económico europeo, a la consolidación como la disciplina más importante de la Historia de 1945 a 1975 a través de la Escuela de Los Annales, del Marxismo Británico y de la Cliometría. El interés braudeliano de hacer una Historia Total benefició a la Historia Económica y su deriva en la cuantificación como método de explicación en la Escuela de Cuantificación francesa con Chaunu y Lerroux a la cabeza y los Annales de Segunda Generación. La connotación más social del Marxismo Británico en su explicación de la transición del feudalismo al capitalismo o el leguaje demasiado críptico de la Cliometría, aplicando en ocasiones la Historia Contrafactual (Fogel). Pero no cayeron en la cuenta de que la lógica humana no está orientada únicamente a conseguir un beneficio, aspecto que nos lleva a la necesaria interdisciplinariedad de cada una de las ramas de la Historia creadas en el siglo XX (Sociología Magmática o de la Acción): Nueva Historia Económica. No obstante, tampoco debemos detenernos, como hace la Nueva Historia Fiscal, en extendernos en el relativismo hasta crear líneas difusas y confusas de procesos históricos. Este recorrido por la “Historia de la Historiografía sobre Historia de la Economía”, me servirá para valorar y tener en cuenta los diferentes criterios de investigación a la hora de ponerme yo delante de un documento.
La “omni-explicación” teológica y escolástica de los fenómenos en general, incluidos los económicos, que arrancó en la Edad Media y continuó en la Moderna, formada a través del Derecho Romano y de la tradición judía, constituyó una doble vertiente de concepción en la Economía: la mayoritaria tradicional y la de una propiedad privada y la difusión de negocios precapitalistas como la usura a pesar de estar condenados por la religión. Es interesante cómo Santo Tomás empieza a percibir y a reflexionar sobre estos fenómenos imparables, que ya analizará Francesco Dattini en el Instituto de Florencia en los siglos XIII y XIV. Santo Tomás, dentro de la órbita teológica, ofrece la Teoría del Precio Justo (sin fijarlo, como elemento de garantía para la conservación de la estructura social=orden y justicia) en relación a la expansión de los gremios y la inflación. Cómo va por un lado la rama tradicional y cómo va emergiendo y desarrollándose a la vez la innovadora. No obstante, otro punto interesante de la asignatura a señalar es la evolución interrelacionada de los fenómenos. La Historia, y en particular la Económica, no son departamentos estancos, etapas perfectamente delimitadas. Caer en eso sería un error gravísimo para un historiador y se debiera dudar de su auténtica vocación. Como hemos dicho arriba, el ser humano es diverso, multifacético y extraordinariamente complejo, de modo los acontecimientos y sobre todo las corrientes de pensamiento no pasan en balde a lo largo de su Historia: el mercantilismo no es sólo siglo XVII, sino que tiene un antes y un después y su presencia, por muy mínima que ya sea, podemos seguir notándola siglos posteriores aunque simplemente sea como crítica, porque no sólo existe el tiempo corto, sino también el largo, puesto que las mentalidades son más difíciles de cambiar (a mejor o a peor). He ahí otra aportación. Así, estas disyuntivas entre criterios teológicos y precapitalistas dan lugar a un proceso lento hasta el siglo XVII, en el que se había de justificar la presencia de beneficios (ser lícito prestar, aunque la solución ya vino dada a finales del siglo XV con el “Lucro Cesante” y los costes de oportunidad, que legitimaba el cobro de intereses pero no en función del libre mercado, empezándose a no indicar en los contratos el interés real sino el nominal), pero no por ello se olvidaron los tradicionales criterios (incluso en la Fisiocracia dieciochesca se creerá antes en la agricultura que en el comercio), de modo que hasta llegar a la Edad Contemporánea no se consolidará la idea de capitalismo como la búsqueda del beneficio con el comercio y el intercambio. Ya Nicolás de Oresme en el siglo XIV afirmó que el príncipe debía favorecer el comercio para aumentar la riqueza, pero todavía para favorecer el bienestar de sus súbditos y para conseguir más fondos para sus propias armas: los aspectos tradicionales permanecen en el pensamiento humano. El Mercantilismo tomará este objetivo de fortalecer la posición del rey en materia económica. Asimismo, el tema de la moneda, basada en valor nominal e intrínseco (“premio de acuñación”), este último más valioso en el siglo XVII al escasear el oro y la plata, valor mayor que el nominal no lo recogía, predominando el querer pagar con vellón.
Otra aportación ha sido la diferenciación entre “escuela económica” y “conjunto de escritos económicos”, entre los cuales se encuentra el debate sobre el Mercantilismo, al que, después de realizar el blog Auctores versus Mercantilismo, me ha convencido de situarlo entre los segundos, unido al hecho de que hasta Adam Smith no podemos hablar de Economía como auténtica ciencia. Por encima de los aspectos de todos conocidos del Mercantilismo (intervencionismo, bullonismo, proteccionismo, poblacionismo, la balanza comercial favorable y el fortalecimiento del Estado o Monarquía en torno al rey), me gustaría resaltar el papel de las redes clientelares, fundamentales en la Edad Moderna y en dicho “conjunto de escritos”: la legislación observadora no sólo tenía el objetivo de mediar en el desarrollo económico con un aumento de riqueza del propio rey, sino que también estaba asentado en el poder de las élites, clave en la época en la que nos movemos. La nobleza no pierde poder, sólo cambia de feudal a cortesana, transformando su poder en relación a la Edad Media: las redes clientelares en torno al rey. El Mercantilismo ayudaba a sostener esta realidad en la que el poder del rey no es contra otros poderes, sino en comandita. Se trata de una unión entre de poderes y de la voluntad del rey como fuente de derecho pero guiado en función de los apoyos que debía sostener, consolidándose de esta forma los intermediarios entre la Corte y el territorio, estableciendo redes, de donde parte el sistema financiero, cuyo equilibrio trata de mantener el rey: pacto-oligarquía-red-negociación. Los fundamentos de poder sobre la fiscalidad garantizaban y estructuraban las redes económicas de la Edad Moderna: el Mercantilismo no sólo era lógico en dicha sociedad, sino también vitalmente necesario para seguir manteniendo la articulación de dichas redes. Así como la diferencia entre ingresos fiscales (los impuestos directos e indirectos) y los no fiscales (ingresos por ventas de patrimonio regio). El vasallo ayuda al señor y el rey también tiene que ayudarle. Aquí nos encontramos el consilium del Arbitrismo, cuyos autores van a dar nombres y apellidos en la Monarquía Hispánica desde la segunda mitad del siglo XVI a finales del XVII, intentando dar soluciones tras constatar un problema. Sus escritos nos han servido para forjarnos una gran parte de la visión que tenemos hoy (fundamentalmente porque en el siglo XVIII y en los posteriores se han utilizado para resaltar el nuevo sistema económico desde la entrada de la Contemporaneidad), a raíz de sus debates sobre la decadencia de Castilla, la excesiva presión fiscal, las continuas guerras y el pensamiento agronómico, pero, sobre todo, su crítica a la salida de oro como causa de la pérdida de riqueza (Luis Ortiz, Álvarez Osorio, Caxa de Leruela, Sancho de Moncada, Juan de Mariana). Pero la línea de continuidad (otra aportación fundamental comentada algunos párrafos antes) hace que el Mercantilismo español no termine con los arbitristas, sino que se proyecte a los “proyectistas” del siglo XVIII que, como buenos ilustrados como Bernardo WARD, tratarán de analizar los problemas y plantear soluciones. Asimismo, el pensamiento inglés en torno a este punto también intentará dar respuesta a cuestiones prácticas y particulares, relacionada con tres temas básicos: la búsqueda de riqueza mediante balanza comercial positiva (Malynes, Misselden y Thomas Mun), el apoyo de la industria y el comercio para fomentar el empleo (Cary y Child) y reducir las tasas de interés del dinero (Child y Locke), así como el afán de cuantificación de Petty (aunque desestima la balanza comercial positiva), con su propuesta de crear un modo de medición económico en términos de números, pesos y medidas (desigualdad característica de la Edad Moderna). La concepción del paso entre la Edad Moderna y la Contemporánea de una economía cualitativa a otra cuantitativa (Víctor Kula). Y el caso francés con el Colbertismo, basado en el fomento de la industria asentado en un intervencionismo completo y la autosuficiencia económica del país, intentando atraer la riqueza a través de medios para favorecer la producción industrial (aranceles fuertes). Así como el de los Países Bajos, centrado en el interés por el comercio, basado en un proteccionismo más moderado, y en las prácticas bursátiles (la primera bolsa de valores del mundo era la de Ámsterdam en torno a 1600), mientras Hugo Grocio en 1609 hablaba favorablemente de la libertad de comercio (aunque determinado por específicas circunstancias históricas, la Tregua de los Doce Años), lo que demuestra la heterogeneidad del Mercantilismo. La Historia no son departamentos estancos, sino poco a poco cambios dentro de la continuidad, por eso es desde la continuidad desde donde se dan los cambios.
La Fisiocracia (fundamentalmente Francia, siglo XVIII) sí podemos encuadrarla como escuela de pensamiento económico por la coherencia de sus ideas y el “lobby” de intereses, poder y protección mutua del grupo. De nuevo, resaltaremos el aspecto más relevante y en este caso innovador de esta escuela, pues por encima de que tienda a revalorizar el producto agrícola como fuente de riqueza o incluso de que la tierra sea la única, cambia el concepto estático de riqueza, entendiendo que la riqueza sí puede ser creada (en este caso por la agricultura, pero personalmente me resulta más interesante destacar este aspecto, al considerarlo un cambio en el pensamiento económico, que tiende ya, sin serlo, a resaltar una esperanza en el individuo, ligándose la búsqueda de la felicidad ilustrada con la búsqueda de riqueza, aunque el salario sólo sea para asegurar el mantenimiento de ese producto neto, no para beneficiar al trabajador; no obstante, para este pensamiento la riqueza debe redundar en la idea ilustrada del bien común, que llegue a todo el mundo para el bienestar general, de la colectividad, no todavía del individuo), así como la apuesta por la libertad en el sector primario, que la convierte (podríamos decir) en el primero del Laissez faire posterior, acuñando el concepto de “producto neto” (la diferencia resultante de la producción total agrícola menos lo que se hubiera invertido en ella y todos los gastos que se desprenden de dicha producción y sus costes) y obligando ya a los propietarios a poner en producción todas sus tierras (primer ataque al mayorazgo). Sus grandes lagunas son los precios (el coste de la materia prima en la producción sin tener en cuenta la manufacturación) y los salarios (sin importancia, debiendo cubrir únicamente las necesidades de subsistencia de esos trabajadores. La concepción del trabajo como factor económico llega con Adam Smith), deseando gravar la riqueza sobre el producto bruto, dejándose ver aquí su tasación y preeminencia acerca de los privilegiado, pero sobre todo en el realce de la tierra. Hasta llegar a Adam Smith, la frontera entre la economía como “literatura” y la Economía como ciencia, aunque todavía podemos ver restos de pensamiento moralista en su obra cumbre, “La riqueza de las naciones”.
La dependencia del sector secundario de la preeminente agricultura incluso en las ciudades y países con economía más compleja, como Inglaterra y Holanda, en donde la tasa de ocupación real agrícola no bajó del 70% y en zonas agrícolas no lo hacía del 90/95%, hacían de ella el principal sector económico incluso en el siglo XVIII. Directa o indirectamente, buena parte de tributos del Estado provenían de él, de modo que en el momento en que había crisis coincidían con el menguamiento del poder, que tenía por ello menos capacidad de adquisición. Así, la agricultura ocupaba un lugar preeminente en la vida económica de los estados modernos. La Iglesia también dependía del diezmo y de los demás ingresos agrícolas. Era predominantemente cerealística (aunque con excepciones) por ser el alimento básico, por un aspecto de índole psicológico: no considerarse “del inframundo”, así como ser un cultivo consuetudinario, aspectos que retrasaron la entrada de cultivos alternativos como el viñedo (siglo XVIII) y las leguminosas (no generalizándose); y escasamente tecnificada (arados de madera, siendo así hasta prácticamente el siglo XVIII), siendo casi la única innovación la sustitución de los bueyes por las mulas, más rápidas y menos consumidoras, aunque su arado es más superficial, de modo que las tierras se iban agotando por el uso intensivo. En 1570 se promulgó la Ley de rendimientos decrecientes, al no corresponderse los productos obtenidos con el rendimiento, debido al agotamiento progresivo de las tierras, provocándose la subida de precio del cereal. Su desequilibrio respecto a la ganadería hacía que no existieran sistemas mixtos agrícola-ganaderos, no entendiéndose como complementarias, sino como competidoras (excepto Holanda). Cuando en el siglo XVI aumenta la población, se extendieron las tierras para cultivo, extendiéndose estos problemas. La aportación de esta parte, más que en el contenido, que se explica en cada asignatura de Moderna (la omnipresencia de la agricultura, que copaba los demás sectores económicos, aspecto que explica buena parte de su mentalidad), ha sido el comprobar que en el desarrollo de su crecimiento en términos cuantitativos y demográficos, están las bases explicativas de su posterior caída en el siglo XVII. Asimismo, la evolución de la propiedad me pareció el apartado más interesante de este tema, sobre todo en los inicios del proceso de privatización (destacando Inglaterra con las Enclosures), porque permite explicar las causas y orígenes de fenómenos posteriores, como, por ejemplo, las desamortizaciones y desvinculaciones del siglo XIX en España. La propiedad de la tierra se dividía en bienes públicos (del común (titularidad municipal, al que todos los vecinos podían acudir para su subsistencia) y los de propios (bienes del municipio o terrenos que en principio pertenecen al Ayuntamiento, pero los pueden utilizar sus miembros mediante arrendamiento, nutriendo sus ingresos las arcas municipales)) y bienes privados. Fue el aumento del precio del suelo el que provocó que progresivamente se fueran reduciendo los bienes del común, aumentando los propios, que pasan de ser de titularidad pública a privada, pues en generaciones ese bien lo acaparaba una familia y finalmente el Ayuntamiento se lo vendía, enajenándose a favor de una oligarquía asentada en los Ayuntamientos. Este proceso se generalizó a nivel europeo, pero destaca Inglaterra con el cercamiento de tierras o “Enclosures”, que determinará y sentará las bases de su despegue económico.
Tampoco debemos olvidarnos de la división de la propiedad en eminente y jurisdiccional. La primera referida al arrendamiento (si una familia generacionalmente la estaba arrendando pasaba a ser suya por el uso, pero no legalmente), la segunda aumenta en la Edad Moderna, pues el rey pierde derechos sobre ellos, los enajena y los vende. Ambas eran diferentes y se podían administrar de formas distintas.
Las innovaciones en la Agricultura fueron mínimas, exceptuando como siempre a Inglaterra y Holanda. Se continuaba con la madera, no perfeccionándose tampoco las técnicas de tracción; se rechazaban nuevos cultivos como la patata; las comunicaciones seguían siendo someras, de modo que se miraba más hacia la Edad Media que hacia la Contemporánea. No obstante, sí hubo una revolución en la economía agraria, de carácter financiero: su incorporación a los sistemas capitalistas, aspecto que ha sido la segunda gran aportación del tema. Cada vez va a mirar más al mercado. Continúa con el fin de la subsistencia pero los excedentes llegan al mercado, empezando a desear el agricultor transformar sus productos a dinero, implicándose la agricultura en los sistemas de mercado. Este contacto agro-mercado está en relación al alza de los precios (cada año los productos varían) y al incremento del stock monetario (más afluencia de oro y plata), que hacen que el dinero sea cada vez más frecuente en la agricultura, accediendo los campesinos a créditos rurales (los censos) para revalorizar sus productos. Cada vez más el dinero estará nutriendo la tierra, endeudándose para comprar tierras, compaginando con fuertes procesos de especulación, debido a la búsqueda de beneficio y mercado.
Así pues, el siglo XVI en la economía moderna es de expansión, pero también en la agricultura, entrando en esta última diversos factores: la revolución financiera y el aumento del stock monetario, el aumento de la población (que hace aumentar la mano de obra y la demanda inmediatamente), los nuevos mercados y la existencia y expansión de mercado financieros (la letra de cambio fue fundamental pues multiplicaba la posibilidad de comercio y mercado gracias a la mejor capacidad de transporte de las mercancías y las mejores finanzas. No obstante, aunque la agricultura también se benefició de estos mecanismos de pago, sufrirá también límites, como se puede comprobar en la Ley de Rendimientos Decrecientes de 1570, siendo éstos muy pequeños (1 de cada 4), con la excepción de Holanda (1 de cada 9/11), dependiendo también del clima, de la especulación y de las guerras. Este proceso me ha parecido de gran importancia para comprender su proyección de futuro. Pero la más interesante quizá sea la agricultura en los Países Bajos, conformándose como excepcional por su carácter científico. Allí el impacto de la técnica sí fue muy notable, destacando los “polders” (terrenos desecados al mar, drenados y puestos a cultivo mediante un sistema de presas y, posteriormente, molinos hidráulicos. Asimismo, también utilizarán en mayor medida que en Europa el abono, utilizando los detritus humanos (es una de las zonas más urbanizadas de Europa) para abonar los campos. Consiguen aumentar la eficacia de los arados, haciéndolos más resistentes, pero para ello tuvo que darse un gran desarrollo de mercado, que permitía una altísima capacidad de compra un espacio muy capitalizado y mejores tecnologías, así como un aumento de las inversiones en los “polders”. En Holanda, además, llegarán a rendimientos en torno al 1 por 11 y se darán casos de agricultura intensiva (la extensiva era la característica en la Edad Moderna), porque existía una cierta ganadería estante, lo que implica que en los Países Bajos no se dará desequilibrio entre ganadería y agricultura. Escapan, a su vez, del círculo vicioso controlando el comercio del cereal a través de Polonia, por eso no tenían por qué dedicar todo el comercio al cereal, asegurado su sustento, pudiendo destinar el campo a otros menesteres (ganadería u otros cultivos, sobre todo los ricos en nitrógeno, que permitían más fácil recuperación y una actividad muy superior a la gran mayoría de Europa. Todo este proceso fue surgiendo por la búsqueda de interés, pero hasta 1550 no se darán estas características gracias al aumento del precio del cereal ese año, abriéndose en abanico las posibilidades de lucrarse con el comercio en el Norte de Europa, implantando sistemas mixtos de otros cultivos (hortofrutícolas) y ganadería estabulada (también había subido el precio de la carne). Asimismo, es interesante destacar la rotación holandesa de ocho cultivos, en relación a la inglesa de cuatro y cómo estos últimos viajaban a los Países Bajos para conocer esta fructífera innovación: los dos grandes en la economía moderna aprendiendo mutuamente. En el caso inglés, el aspecto que me ha parecido más interesante, en el sentido de la proyección futura, es el conocido tema de las “Enclosures”, pero, en general, lo que más me ha aportado es la reflexión de cómo el haber sido una economía tan pujante desde el siglo XVII hace incomprensible el colonialismo e imperialismo que desarrollarán en el siglo XIX sin dicha “revolución” económica en la Edad Moderna. La agricultura inglesa pasó por diferentes fases de cambio en el siglo XVI, constituyendo una auténtica “revolución” con las transformaciones llevadas a cabo en la centuria siguiente, que le dotaron de prácticas muy avanzadas, que en algunos casos la harán mucho más productiva que en la Europa Continental (exceptuando a las Provincias Unidas). Este proceso evolutivo ha llamado la atención de los historiadores, especialmente de la Escuela Marxista (que puso especial énfasis en las formulaciones de tenencia de la tierra, el régimen de propiedad). Pero, sin duda, el fenómeno más importante desde el punto de vista del futuro, como hemos dicho antes, son las “Enclosures” (privatización a base de cercamientos de tierras). Esta reorganización del sistema agrario inglés creó una nueva estructura de clases (burgueses versus proletariado) y facilitó la acumulación de capital de manos de “empresarios” (los “yeomen”), estimuló el mercado interior en los factores del intercambio, del trabajo y de medios de subsistencia y materias primas. Según el Materialismo Histórico (Escuela Marxista) a partir de estas “Enclosures” se van a dar nuevas relaciones sociales de producción, creándose las condiciones básicas que luego derivarán en la Revolución Industrial, precedida por esta revolución agrícola, enfatizando el hecho de que los campesinos fueron cada vez más proletarios. Todos estos factores me parece muy interesan resaltarlos porque favorecieron el despegue industrial del siglo XIX. No obstante, el desarrollo de la agricultura no conllevó este importantísimo cambio social en la división de clases, sin haberse dado previamente la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485). Existían también otros tipos de cercamientos, no sólo las “Encclosures”: bienes comunales, etc.
Además de la innovadora división territorial, existió una agricultura muy tecnificada en Inglaterra, que facilitó el cambio tecnológico. Una minoría de historiadores no marxistas pone más énfasis en este fenómeno que en las “Enclosures” como causa explicativa del cambio en la agricultura inglesa, tales como técnicas de irrigación de vegas mediante la desviación de corrientes para inundar las praderas, que aumentó la producción de cultivos como el heno, facilitándose la primera cosecha en primavera. Asimismo, aparecieron nuevos cultivos como la zanahoria, los nabos, las patatas, las coles, etc. y, por supuesto, el trébol. También destacar ejemplos de reproducción más selectiva del ganado, buscando que las reses aumentasen en peso. Holanda fue antes que Inglaterra en el despegue económico y en su evolución se diferencian en que mientras la primera se decanta por el comercio, la segunda lo hace por las manufacturas y la agricultura. Dentro de esta tecnificación hay que destacar las prácticas de cultivo (los sistemas trienales estaban extendidos y había algunos incluso tecnificados), la desecación de pantanos y marismas y un abonado más frecuente. Por último, el siguiente elemento que facilitó esta gran ascensión fue el peso de Londres, gran dinamizador de la agricultura inglesa en los siglos XVII y XVIII. Su configuración como gran ciudad también contribuyó, pues su necesidad de ser aprovisionada implicó la creación de un mercado extensísimo que propició que las nuevas clases capitalistas (“gentry” o “yeomen”) tuvieran un escenario privilegiado para vender. Peor lo más interesante es su impacto. Hoy se debate el impacto real y si sus elementos de cambio e innovación se dieron con la rapidez que se les atribuye. Hoy se habla de mezcla de avances limitados y parciales que en un momento determinado eclosionaron en una gran revolución agrícola. Es decir, no fue un continuum, sino que tuvo saltos y retrocesos, siendo desde 1688 cuando se dé el salto adelante. Fue un proceso mucho más espontáneo y especializado. Además, los datos demuestran que las “Enclosures” se producían más en la Edad Media, pues sufrieron un parón en 1500 porque en la primera mitad del siglo XVI era más rentable producir lana (Las ovejas devoraban a los hombres, decía Tomás Moro), siendo a partir de 1550 cuando se dé una intensificación en los procesos de concentración de parcelas, aumentando los rendimientos de un 10 a un 25%. No obstante, hubo terrenos no cercados que también aumentaron su productividad: los mayores aumentos de rentas se debieron a cambios en las estructuras de poder y no sólo por la tierra. Otro rasgo que además ha aportado un por qué a nuestro trabajo de la Protoindustria ha sido el hecho de que esta situación agraria en Inglaterra dejó muchos campesinos pobres y sin tierra, de modo que muchos de los que disfrutaban de tierras comunales pasaron a ser trabajadores asalariados en las primeras “fábricas” protoindustriales, acompañado de un gran éxodo rural.
En el siglo XVIII lo más destacable de la agricultura europea será la combinación y la constante dialéctica entre continuidad y cambio.
Pero, sin duda, donde más he extraído conclusiones que más me han aportado ha sido en la elaboración del trabajo La Protoindustria en Castilla en la Edad Moderna, junto a mis compañeros Nuria Brezos del Amo, Víctor Pajares Liberal y Janne Posti, con los que ha sido una plena satisfacción trabajar. Han sido muchos los aspectos de la Protoindustrialización los que me han llamado la atención, pero especialmente (como se puede comprobar en el trabajo) dos aspectos que ya he mencionado en este artículo: en primer lugar la precapitalización y el desarrollo del truck-system en la Castilla en forma de “constelación-nebulosa” que Viñas y Mey bien desarrolla en sus Notas sobre capitalismo industrial. Hasta ahora nunca hubiera creído que Oliver Twist hubiera podido vivir también en cualquiera de los tres siglos de la Modernidad (con todos los matices que esta observación aventurada conlleva). El segundo aspecto es la necesaria e inevitable interdisciplinariedad a la que hay que recurrir de forma casi obligada: es imposible comprender el fenómeno de Protoindustrialización no sólo en Castilla sino también en Europa, sin hablar de la mentalidad burguesa desde la Baja Edad Media, que propició la intromisión en los gremios de los primeros “capitalistas-empresarios” surgiendo las primeras fábricas. Este hecho nos lleva a otro hecho fundamental: la complementariedad entre cambio y continuidad, así como la labor de entresacar de entre los datos las innovaciones, siendo el ejemplo más relevante el de los gremios, resultando imposible eludirlos a la hora de hablar de manufacturación e industria, siendo tal vez ésta la causa de su prolongación y todavía éxito en el siglo XVIII. Para terminar, destacar que de clase, en relación a la Protoindustria en la Modernidad, el tema que más me ha aportado y que más interesante me ha parecido ha sido el de la Descriptio Urbis de los Registros de Florencia sobre los mercaderes de Burgos de 1527. El hecho de que el 10% de la población de Roma en dicha fecha fueran mercaderes castellanos descarta muchos aspectos de “leyenda negra” que todavía se tienen o de los que a veces desgraciadamente se parte. Nuria, Víctor, Janne y yo hemos trabajado desentrañando los “por qués” e intentando ir más allá de los datos, logrando el aspecto mejor de todo el trabajo: “rebobinando” en nuestras mentes y dándonos cuenta de que el trabajo realizado ha sido fructífero habiendo ampliado bastantes conocimientos.
Por último, hablar de los grupos de clase. Sus aportaciones, unido a nuestro trabajo de Protoindustrialización, en mi opinión han completado y enriquecido en gran medida el temario propuesto por el Departamento. El trabajo común que hemos desarrollado entre profesor y grupos de alumnos ha sido más que positivo, ayudándonos a profundizar en la materia que tratábamos en particular, a relacionarla con la de nuestros compañeros de clase, a darnos cuenta de nuestras carencias y aportaciones, a aprender cómo se hace una auténtica labor de investigación y, sobre todo, a experimentar el entusiasmo por el trabajo bien concluido, habiendo llegado a conclusiones no sólo satisfactorias, sino también honestas, basándonos en fuentes fiables y comparativas, siempre cotejando y tratando de ser lo más objetivos posible. Por lo demás, yo creo que lo más interesante de este curso cuatrimestral ha sido el no saber no detenerse en los datos, sino ir más allá, el no conformarse y preguntarse los por qués de los procesos históricos, yendo del pasado al presente para poder entender mejor muchos aspectos y factores posteriores que, de otra forma, nos hubieran pasado desapercibidos. Aspectos que se han dejado ver en los continuos debates en clase, en los que se ha puesto más que de manifiesto nuestro interés y nuestras ganas de aprender en común. He aprendido Historia de la Economía en la Edad Moderna, pero lo más importante ha sido aprender a ser historiadora.

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