miércoles, 7 de noviembre de 2007

AUCTORES VERSUS MERCANTILISMO


Bienvenidos una semana más, clionautas de la Economía. El tema que nos ocupará será el Mercantilismo, ¿doctrina económica, escuela o simplemente tendencia a seguir por los Estados de los siglos XVI-XVII-XVIII?
En los tiempos en que las nuevas actitudes intelectuales de la burguesía renacentista apuntaban al Humanismo en el plano cultural, oponiéndose al escolasticismo, en el terreno económico obedecía fielmente a sus intereses, despuntando con un liberalismo incipiente que tomará cuerpo tres siglos después, desarrollándose al margen de la doctrina predominante desde fines del Renacimiento hasta casi el siglo XIX: el Mercantilismo.
Tradicionalmente se ha definido como un conjunto de ideas desarrolladas con auge durante la Edad Moderna hasta la primera mitad del siglo XVIII, caracterizadas por considerar que la prosperidad de un estado o nación depende de la riqueza que pueda tener, y que el volumen global del comercio mundial sea inalterable. Contra más riqueza (entendida ésta como cantidad en peso de metales preciosos) tenga un Estado, más próspero será de cara al exterior, por lo que las exportaciones deberán ser mayores en número que las importaciones (recordemos la astuta política económica de Colbert, durante el reinado de Luis XIV). Estamos en una época de nacimiento de los Estados modernos, de unificación de los desglosados durante la Edad Media y de fortalecimiento de sus estructuras de poder. Mientras la burguesía se arriesgaba con dinero “difícil” y a largo plazo, el mercantilismo se desarrollaba estableciendo un compromiso entre las ideas comerciales de la época con el absolutismo principesco de los soberanos.


Para comprender sus fines debemos situarnos durante los siglos XV y XVI. La enorme transformación del espacio geográfico gracias al desarrollo renacentista de la navegación, que permitió el descubrimiento y la llegada a mundos antes inalcanzables a través de campañas patrocinadas por estados en expansión y cada vez más pujantes y necesitados de más prestigio con el que mantener su incipiente hegemonía en el continente, propició la llegada al Viejo Mundo de productos exóticos y metales preciosos procedentes de las Indias Occidentales y Orientales. Portugal, la incipiente Monarquía Hispánica, el recién nacido Imperio Marítimo Holandés, la correspondiente expansión ultramarina de ingleses y franceses (posteriormente), rivalizaban por conseguir el mayor número de dichos “tesoros” con los que aumentar su riqueza para alcanzar, sostener o aumentar las empresas bélicas y diplomáticas con las que alcanzar, sostener o aumentar su posición, hegemónica o no, dentro del concierto de estados europeos.
La industria continúa en manos gremiales basadas en el esfuerzo artesano, de modo que la auténtica riqueza se encontraba en el comercio, protagonizada por las capas más ricas de la burguesía, es decir, los mercaderes y los banqueros. Estos sostenían mediante empréstitos la política bélica de los príncipes, interesados, a su vez, en mantener o superar el prestigio hegemónico respecto a sus homólogos. Así, mientras unos promovían los primeros coletazos de un incipiente capitalismo, los otros miraban hacia los metales y hacia el continente, ayudados económicamente por los primeros. Pero el hecho de que sean las capas más poderosas las dedicadas al comercio y la banca, nos da razones para comprender que la doctrina predominante sea, precisamente, “mercantil”.
La obsesión de los mercantilistas no es el trabajo como verdadera fuente de riqueza, sino la moneda, de ahí que su mayor preocupación estuviera en las arcas del estado como gran financiador de sus empresas de hegemonía europea. En este sentido, y hasta que tome más cuerpo durante los siglos XVII y la primera mitad del XVIII, a finales del XV y principios del XVI el incipiente mercantilismo está impregnado todavía de la doctrina teológica medieval de la concepción del mundo como un tránsito penoso e infortunado para alcanzar la auténtica existencia, de modo que, en consecuencia, no pretendía superar dicha situación endémica de la sociedad. A medida que su corpus está más desarrollado, hermanado completamente con el estado que es el Príncipe, el Mercantilismo se presenta como fiel reflejo de la estructura del llamado Antiguo Régimen, sin que debamos, en este caso, tildarlo de religioso: se trata de una práctica económica colectiva, cuyo interés interior y exterior pertenece al Príncipe, separándose, como arriba indicamos, de las incipientes prácticas de beneficio económico individual que empezaba a emprender la burguesía de la banca y el comercio. Lo importante era incrementar el poderío de los gobiernos, entendido esto como el interés de la mayoría e individual del Príncipe.
A este respecto, podemos destacar distintas variantes de Mercantilismo. En España está basado en un proteccionismo total a la moneda, siguiéndose la política utópica de atajar el alza de precios, triplicados en el siglo XVI con respecto a los del XV, por temor de que el oro fuera saliendo en pago de mercancías extranjeras, llegándose a la falsificación de monedas para que no salieran, aumentando como consecuencia la inflación.
En 1613, Antonio Luigi Serra escribió un tratado al Virrey de España en Nápoles, observando el contraste con las pujantes repúblicas del norte e intentando poner como solución un énfasis en la balanza comercial, propugnando la exportación de metales preciosos, si ello era necesario para pagar mercancías y reexportar éstas a otros lugares, con el fin de crear un erario potente en su ciudad y no en la metrópoli. Su objetivo era mantener el tesoro pero, sin embargo, empezó a destacar que las bases de la riqueza dependían de la laboriosidad de la población, de su mentalidad y espíritu de empresa. Su incipiente y muy matizada y específica oposición le sitúa dentro de los primeros Actores versus mercantilismo, aunque en este caso sólo se oponga a un tipo específico del mismo, porque en su esencia sí es partidario de exportar más que importar. No obstante, como él existieron más filósofos españoles contemporáneos al Mercantilismo español que, sin llegar a oponerse enteramente a él, han rechazado ciertos puntos de su práctica. Dos de ellos, predecesores de Serra, son Francisco de Vitoria (1483?-1546) y Domingo de Soto (1494-1560), catedráticos en la Universidad de Salamanca, autores de teorías económicas sobre las reglas de la oferta y la demanda, las consecuencias de la cantidad de moneda en circulación, los efectos de la competencia sobre los precios y su fluctuación, empezando a difundir una teoría general sobre la intervención estatal en la economía y sobre la función central del estado como gerente y ordenador de la misma. Junto a ellos, el Padre Mariana (1537-1623) en su obra Tratado y discurso sobre la moneda de vellón se postula en contra de la política del monarca español de la falsificación de la ley de la moneda, dado que sólo produciría una subida general de precios y el desprestigio económico de la Corona misma. En contraposición, da consejos a la Corte con el fin de reducir los gastos de la Hacienda Pública (en esta época identificada con las arcas reales), eliminando lo suntuario e imponiendo mayor sobriedad en la vida gubernamental.
A ellos se contrapusieron los arbitristas, o teóricos de la hacienda pública, ya especialistas de la Economía, que veían en la imposición de ciertas contribuciones o arbitrios la solución de la crisis financiera del estado, fundadores, a su vez, de la economía política en España. Esto nos sitúa ante un conjunto de autores que defienden la parte proteccionista del Mercantilismo, pero no su objetivo imperialista. Uno de sus más destacados representantes es Sancho de Moncada, cuya obra Restauración pública de España (1619), le convierte en un teórico moderno del proteccionismo, a la vez que se presenta crítico con la estrecha relación de la época (fundamentalmente en la Monarquía Hispánica) entre conquista y empobrecimiento metropolitano, extendiéndose su teoría del proteccionismo a la política demográfica del gobierno y a la función de los incentivos estatales de la producción económica. También el arbitrista Martín González de Cellorigo en su Memorial de la política necesaria y útil restauración (1600) coincide con el Memorial de Luis Ortiz en su preocupación por la industrialización de Castilla pero, como ya estudió Pierre Vilar, Cellorigo no estuvo nunca animado por las ideas proteccionistas del mercantilismo al uso de su época.
En Francia, el Mercantilismo, dada su escasez de minas, orientó su proteccionismo hacia el comercio, fijándose, sobre todo, en las compañías comerciales de Indias, ante los éxitos no sólo franceses, sino también holandeses e ingleses. Durante el reinado de Luis XIII, Montchrétien con su obra Tratado de economía política (1615) fue su máximo exponente. Finalmente, con Colbert (1619-1683) esta política desembocó en un auténtico mercantilismo de estado, convirtiendo el proteccionismo estatal en intervencionismo, siendo, en este caso, su enemigo, la pujante burguesía industrial.
En Inglaterra su fin de incrementar el tesoro también se orienta a través de del comercio, siendo Thomas Mun (1571-1641) el principal defensor de las exportaciones de metales preciosos para comerciar con las Indias orientales. No obstante, en Inglaterra el Mercantilismo está orientado hacia el fin de conseguir el monopolio del comercio con determinados puntos estratégicos hispánicos. A este respecto destacan las palabras de Bacon en Of the true Greatness of Kingdomes and Estates (1625): The Kingdome of Heaven is compared, not to any great Kemel or Nut, but to a Grain of Mustard-seed; which is one of the least Grains, but hath in it a Property and Spirit, hastily to get up and spreed. So are there States, great in Territory, yet not apt to Enlarge or Command; and some, that have but a small Dimension of Stem, and yet apt to be the Fundations of Great Monarchies.
En Austria las teorías mercantilistas fueron defendidas en el siglo XVII por Philipp Wilhelm von Hornick, partidario de una política autárquica en su obra österreich Über alles, wam es nur will (1684). En Italia destacan Davanzati, Montanari y Serra, preocupados por el sistema monetario. El modelo flamenco de Hugo Grocio asienta el dominio del Estado sobre el comercio interior (es decir, con el proteccionismo de los aranceles).
Ahora bien, la gran polémica sobre si el Mercantilismo corresponde de verdad a un cuerpo coherente y uniforme de ideas y a una escuela de autores, arranca de 1750, aproximadamente, cuando terminan los dos siglos de escritos mercantilistas, y justo cuando fueron publicadas los Discursos políticos (1752), de Hume, el Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general (1755), de Cantillon, y el Tableau economique (1758), de Quesnay. Fue entonces cuando el término Mercantilismo fue acuñado a posteriori en sentido peyorativo por los fisiócratas (miembros de la escuela económica ilustrada de la Fisiocracia, que centra el verdadero desarrollo económico y la riqueza de un estado en la agricultura, no en la mayor acumulación de metales preciosos) y fundamentalmente con Mirabeau, acuñado como práctica económica contra el Laisez faire, laissez passer, le monde va de lui même, siendo perpetuado más tarde por Adam Smith (padre de la economía moderna y del liberalismo, por lo tanto absolutamente contrario al proteccionismo mercantil) para estigmatizar a sus antecesores de corte intervencionista. A partir de entonces da comienzo el verdadero debate sobre el Mercantilismo y el surgimiento de todo un elenco de autores enfrentados entre sí hasta nuestros días.


El primero de la lista, expedida, en el fondo, por Adam Smith, es Wilhelm Roscher, quien en 1874 forjó el modelo de la versión tradicional que consideraría al Mercantilismo como doctrina. Fijó esta teoría basándose en cinco ideas básicas: en primer lugar el poblacionismo (un Estado es más rico cuanto mayor es su población, puesto que en la Edad Moderna las actividades productivas eran intensivas en trabajo y el nivel tecnológico militar dependía del número efectivo de soldados, mayoritariamente); el bullonismo (la riqueza de un Estado se mide por la cantidad de metales preciosos acumulados en sus arcas y circulantes; los que no dispongan de minas, dependerán del comercio, siendo, con la industria, las actividades más importantes a proteger); balanza comercial favorable (juego de suma 0, en el que cuanto más gana uno más pierde el otro, o lo que es lo mismo, ganar a costa de otros), de la que se desprende el famoso postulado mercantilista de la conveniencia de exportar más que importar, así como de ganar un mayor grado de autarquía; y, por último, el fortalecimiento del Estado como objetivo final de toda actividad económica del Mercantilismo.
La recopilación resumida de Roscher, de los postulados de los escritores mercantilistas, entendiéndolos como constituyentes de una Escuela económica, fue apoyada por casi todos los historiadores posteriores, siendo los más destacados SchmÖller y Eli Heckscher. Este último, en su erudita obra La época mercantilista: historia de la organización y las ideas económicas desde el final de la Edad Media hasta la sociedad liberal (1943), intentó demostrar la existencia del fenómeno del mercantilismo, confirmándolo como Escuela, destacando su coherencia política en sí mismo y en sus objetivos, aunque señalando la debilidad de sus medios. Para Heckscher el Estado es, a la par, sujeto y objeto de la política económica del Mercantilismo, al que considera una fase en la historia de la política económica, que encuadra en la época que separa la Edad Media del periodo liberal y que no presenta, según él, el mismo marco cronológico en los distintos países. En este marco tuvo lugar la aparición y consolidación de los Estados surgidos sobre las ruinas de la Monarquía Universal Romana, Estados delimitados territorialmente y en cuanto a su influencia, aunque soberanos dentro de sus fronteras. Este marco histórico es fundamental para Heckscher para poder explicar el contenido del Mercantilismo como escuela, dado que es por ello por lo que la preocupación por el estado se destaca dentro de las tendencias mercantilistas, tal y como éstas se desarrollan históricamente. Se trataba de ganar terreno tanto dentro como fuera del Estado, tanto en el particularismo como en el universalismo, para construir el Estado en un campo de acción que venía siendo usurpado por los organismos superiores o inferiores a él.
Por lo tanto, para Heckscher, el Mercantilismo como escuela era un sistema unificador, teniendo como adversario la fusión medieval de universalismo y particularismo y tendía, principalmente, a imponer los objetivos del Estado en un campo económico homogéneo, supeditando toda la acción económica a los puntos de vista que convenían a las necesidades del Estado y de su territorio y que se concebían firmando una unidad, lo que lo hacía depender de la distinta fuerza y fisonomía política de los diversos estados. Es por ello por lo que nació como unificador, necesidad que imperaban los Estados disgregados o desintegrados feudalmente, de la Edad Media que llegaron a los inicios de la Edad Moderna. Pero los que no habían logrado la unidad a tiempo y la organización necesarias no podían contar con las condiciones precisas para acometer en su conjunto esta misión. Esta diferencia entre los Estados era importante para la labor unificadora del Mercantilismo y que se manifestaba en el régimen aduanero. Asimismo, el éxito o fracaso de esta política era de gran importancia para el desarrollo económico, pues en ello estribaba el que la política económica entorpeciese o estimulase el desarrollo dirigido a superar las formas sociales de la Edad Media. Así pues, el verdadero objetivo del Mercantilismo era crear unidades económicas, tanto en el sentido positivo como en el negativo.
Es entonces cuando Heckscher establece el segundo gran objetivo del Mercantilismo. Según él, pretendía servirse de las fuerzas económicas y de los intereses del Estado, no en interés de los súbditos directamente, sino para fortalecer el poder mismo del Estado, pero referido al exterior, frente a otros Estados. El poder del Estado en el interior, frente a sus súbditos, quedaba en segundo plano, a menos que se tratase de la necesidad de la ingerencia del Estado para alcanzar los fines perseguidos, aspecto que constituía, en realidad, un efecto de la acción unificadora.
Así pues, Heckscher definía le Mercantilismo en dos planos, perfectamente armonizados y, aunque distintos, de indisoluble conexión: el Mercantilismo desde el punto de vista de unificación (orientación de la política interior) y del poder (fin política exterior de los Estados), de modo que cada estado debía aspirar a un mínimo de unidad económica y de poder exterior. De esta forma, Heckscher señalaba la diferencia con el Liberalismo, apuntando en los fines legítimos de la acción económica del Estado. Mientras el Mercantilismo sólo se interesaba por la riqueza en cuanto fundamento del poder del Estado, el Liberalismo consideraba la riqueza como algo valioso para el individuo y, por tanto, digno de ser apetecido. Sin embargo, para él coincidían en que la riqueza es el centro del interés, del pensamiento y de la acción, más que su destino final. El Mercantilismo, por lo tanto y según Heckscher, revelaba también una cierta unidad de concepción respecto a los fenómenos generales de la sociedad, en cuanto afectan éstos al campo de la economía, lo cual repercutía también en la fisonomía de la política económica. El Mercantilismo guardaba, según él, con las concepciones de la época posterior una relación que contrasta con la de doctrina puramente económica.
En relación con Heckscher, Schmöller defiende su vertiente como sistema unificador en su obra El sistema mercantil en su unificación histórica (1884), mientras que Cunningham lo hace como sistema de poder en The Growth of English Industry and Comerse (1882).
Dentro del siglo XX, fue a partir de 1931 cuando empezaron las críticas al Mercantilismo, y en concreto a Heckscher, de la mano de Jacob Viner (en su obra Studies in the theory of internacional trade (1937) y en su artículo Power versus plenty as objectives (1948) y Coleman. Para ambos el Mercantilismo no constituyó nunca una Escuela, sino que únicamente fue un conjunto de pensadores elaboradores de una serie de prácticas económicas con el objetivo de aumentar la riqueza para su rey. Para ambos el Mercantilismo es una construcción a posteriori, desde finales del siglo XVIII. Sí afirman que existieron autores, peor su construcción como escuela fue una invención y no suponía un paso adelante en el pensamiento económico. Coleman, en concreto, no sólo pone en duda la existencia de tal escuela, sino que considera que es muy improbable que pudiera florecer y mantenerse durante casi dos siglos una corriente de pensamiento en la que sus supuestos miembros con formaciones culturales y lingüísticas tan diferentes, se hallaban esparcidos por los distintos estados europeos, ignorándose los unos a los otros.
En 1994, el sueco Lars Magnusson reivindicó la validez y utilidad de del término “mercantilismo” para explicar el discurso económico de lo siglos XVI-XVII-XVIII, sin rechazar los argumentos escépticos de sus predecesores.
En contraposición a Roscher, Perdices de Blas y John Reeder ponen en duda la forma en como presenta su argumento. Para ambos autores el mercantilismo no existió como un cuerpo bien elaborado y coherente de doctrinas a las que se adscribe una escuela de pensadores, pues los escritos mercantilistas que han llegado hasta nosotros son la mayoría monotemáticos, estudios simplemente coyunturales parciales que tratan aspectos muy concretos de la economía o bien enumerando los problemas sin establecer un “modelo” interrelacionador de las variables determinantes, no existiendo ningún tratado mercantilista de conjunto. Ambos autores critican incluso el propio término a posteriori “mercantilista” que defendió Magnusson, afirmando en su contra que produce confusión al no ser los mencionados escritos ni guías de conducta para intermediarios comerciales, ni tratados escritos por mercaderes. Únicamente son arbitrios redactados por especialistas para atraer la atención del monarca o de los hombres de Estado, que sí tratan de los temas que Roscher resume, pero únicamente de forma específica y concreta, nunca como un todo unificado e interrelacionado, sólo coyunturalmente y con carácter de política económica, no de teoría económica. Aparte, su fin último no es alentar el comercio y favorecer a la clase mercantil, sino simplemente consolidar el poder del Estado (el Leviatán de Hobbes) por medio del fomento de la economía.


Para Keynes, en su obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936) alaba a los mercantilistas el haber descubierto la clave del problema de económico del ahorro, en el sentido de que la propensión al mismo sea más fuerte que el estímulo de inversión, pues en una sociedad en la que o existían inversiones públicas ni política monetaria, el proponer una balanza comercial favorable que permitiese la entrada de metales preciosos y el que dicha entrada permitiese a su vez isminuir los tipos de interés, estimularía la inversión y el empleo. Blaug (1985) le critica en el sentido de que no existen pruebas en la literatura mercantilista para deducir que la preocupación por una balanza comercial favorable tuviese relación con el reconocimiento de que le desempleo se debe a la escasez de demanda efectiva. Sin duda Keynes hablaba influenciado dentro del crítico período económico de entre las dos Guerras Mundiales.
Grampp, en su obra Los elementos liberales en el mercantilismo inglés (1971), profundizando con Heckscher, señala que los mercantilistas anticipan muchos de los elementos importantes de la doctrina económica clásica, tales como el interés, el mecanismo de los precios, la ventaja mutua en el intercambio y del lugar que ocupa el Estado en la organización económica. Lo que les separa con el Liberalismo es la diferencia entre sus proyectos para promover el interés nacional, para lo cual, según él, creían en una economía próspera y de pleno empleo. Para conseguir éste realizaron medidas para incrementar el gasto total de la economía, actuar sobre los precios y salarios e influir sobre el nivel de los tipos de interés y sobre la oferta de trabajo. Grampp, en este sentido, considera a los mercantilistas como precursores del pensamiento liberal.
Para el Premio Nobel George Stigler, los autores mercantilistas carecían de acervo científico porque no se leían unos a otros y, por lo tanto, no podían debatir entre sí, ni tenían referencias con las que refinar sus hipótesis y contrastar ideas y resultados, posible causa de que no existan importantes innovaciones teóricas en la época denominada “mercantilista”. Sin embargo, Perdices de Blas y John Reeder rebaten esta teoría, afirmando que sí existieron intercambios y debates coyunturales, señalando como ejemplos autores de Inglaterra y de la Monarquía Hispánica, indicando que a los autores a los que Stigler se refería eran los que califican de “espontáneos arbitristas”.
Por último, señalar la opinión de dos historiadores españoles sobre el Mercantilismo. Según Salvador Giner, el Mercantilismo, más que una sola doctrina, es un conglomerado de ideas que varían según el momento y, en especial, según los países y, aunque las diferentes obras que hoy calificamos de mercantilistas pretendieran hacer un análisis racional de la situación económica, tampoco se percibe un verdadero esfuerzo en constituir una ciencia de la vida económica. Al principio, el Mercantilismo no pretende demasiada autonomía, sino que se presenta a sí mismo como ayuda a la política fiscal del estado absolutista, con el que permanece unido. Y frente a la fragmentación de las economías feudales, el escritor mercantilista influye sobre la economía de la nación, a través de las decisiones del príncipe, de modo que la mayoría de los escritos mercantilistas van dirigidos a él. No obstante, afirma que se trata de una época de transición del feudalismo al capitalismo (siglos XV-XVII), época en la que empieza a tejerse una red mundial de interdependencias, de ahí que surja el Mercantilismo centrado en las arcas reales, el poder del príncipe y el poderío de su reino, fomentando, a su vez, la rivalidad entre los estados y su unidad interior.
Para Iglesias Rodríguez, el Mercantilismo no constituye exactamente una escuela sistemática de pensamiento económico, sino que se presenta como un conjunto de ideas y prácticas en el plano de la política económica, encontrando lógico que los príncipes se fijaran en la riqueza como medio de poder, dado que sólo el dinero podía costear semejantes programas de gobierno de los Estados de la Edad Moderna. Esta combinación de ideas y prácticas estaba definida por una serie de características comunes, que él establece en las siguientes: fomento de la economía nacional y fomento de los intereses propios (promover el crecimiento material de los súbditos como condición indispensable de su propio poder), proteccionismo e intervencionismo (que, según él, sí favoreció a la burguesía mercantil y financiera, al permitirle disfrutar de condiciones ventajosas derivadas de la protección estatal), metalismo, balanza de pagos favorable como fin (leyes aduaneras orientadas a ello), medidas productivistas y poblacionistas y el colonialismo (en el sentido inglés, arriba descrito, del comercio exitoso gracias al control efectivo de áreas comerciales. Por último, para este autor el Mercantilismo no sólo promovió la rivalidad entre estados, sino que dio paso a la aparición de las guerras económicas.
Como conclusión, podemos señalar que el llamado “mercantilismo” no sólo es una construcción a posteriori creada por los fisiócratas y Adam Smith en la segunda mitad del siglo XVIII en una atmósfera de reforma del Antiguo Régimen en todos sus ámbitos, sino que nuestra percepción de él depende precisamente de cómo se ha ido construyendo su debate desde dicha centuria. Con todo este elenco de autores la pretensión es hacer ver cómo el debate sobre el Mercantilismo (escuela, teoría o tendencia o práctica económica) aún sigue abierto.

1 comentario:

David Alonso dijo...

Magnífica entrada. Sólo echo en falta la(s) fuente(s) en las que te inspiras. Te recuerdo, Marina, que citar es algo básico en las ciencias históricas.

Hay algunas ideas discutibles: por ejemplo, no termino de ver el antagonismo entre "burguesía" (término anacrónico) y mercantilismo. Todo lo contrario.

Seguid así.

Un saludo,
David Alonso